miércoles, 16 de septiembre de 2009

Cuento: 25 Minutos para sobrevivir.


Amanda despertó más temprano de lo habitual. La noche anterior le había costado conciliar el sueño, cosa nada extraña para ella, ya que siempre le ocurría eso cuando se sentía nerviosa y emocionada. Tuvo tiempo esa mañana de desayunar y hasta de dejar echa su cama. Aún cuando había madrugado, como siempre se vistió afanada, pues, debía estar en pocos minutos en su trabajo, el cual quedaba a diez cuadras de su casa.

Con gran calma abotonó su chaleco gris, calzó sus pies con sus puntillas azules favoritas, pasó un peine en su larga cabellera castaña, se colgó unos aretes cristalinos en las orejas, puso rubor a sus mejillas, sombra azul a sus ojazos, y labial rosado. Buscó los anteojos de sol, y sin más ni más, partió disparada a “la cárcel” como le llamaban sus compañeras de trabajo y ella, a la tienda de abastecimiento en la que trabajaban. Aquel día tenía algo diferente al resto: era jueves de mitad de mes, y como todos aquellos días, pasaría por “la cárcel” a buscar sus pedido, Víctor Aránguiz, el cliente preferido y más guapo que en su vida le había tocado atender.

Con cuanta gracia Amanda sacaba los tarritos de mariscos surtidos de la despensa. Sus caderas se contorneaban al compás del sonido de la pequeña escalera, en la cual montaba su pequeño pero generoso cuerpo, para alcanzar toda suerte de enlatados, granos, jabones, detergentes, y desinfectantes que, su cliente predilecto había escrito con su puño y letra en una pequeña hoja de papel café, sin reparar en faltas de ortografía ni nada. Amanda obtenía cada quincena de mes, unos veinticinco minutos de felicidad pura, de esperanza desesperanzada, pero, de cualquier modo, esperanza al fin y al cabo...

Víctor Aránguiz, difícilmente podía reparar en los grandes ojos color miel de Amanda, ni en su andar contorneado, ni figura generosa...para el, Amanda era una persona más, que facilitaba su agitada vida de guía turístico, por cierto, muy exitosa, en la cual, muchas veces se perdía por meses, cuando tocaba algún viaje al “Viejo Continente”...Para Amanda esos meses eran una verdadera tortura, pues por lo general los clientes habituales eran señoras, en su mayoría, empleadas de casas de gente más acomodada, en las cuales, no había interés alguno, ni siquiera en pequeñas conversaciones tipo “conventilleo” que generalmente se dan con esas personas.

Víctor era todo lo que ella soñaba: guapo, alto, de densa cabellera pelirroja, unos tiernos y grandes ojos azules, nariz puntiaguda. Su piel parecía ser sumamente suave, de un agradable tono rojizo. Sus mejillas eran adornadas con unas traviesas pecas color café. Usaba una pequeña barba tipo candado, un detalle que enloquecía aún más a la enamorada Amanda (y cuanto más, cuanto!!! Aquel detalle le hacía recordar a un futbolista italiano...Baggio?...) En resumen Víctor era el prototipo perfecto de semidios, atlético, fornido, con un cuerpo notablemente trabajado en el gimnasio. A esto se sumaba el exquisito y salvaje perfume Gautier que usaba... Hacía pensar a Amanda:

- Guau!! ¿Cómo será una noche de pasión con el...ayy noo...uff, que calor!!!...)
- Amanda,¿Estamos listos con el pedido del Sr. Aránguiz?... ¿Amanda?
- Si,disculpe usted don Jorge, estaba un poco distraída con la lista; trató de justificarse con don Jorge, su jefe, quién ya había reparado hace meses, la melosa situación en el corazón de Amanda…

Víctor,recibió sus bolsas, pagó al cajero la cuenta, le dio a don Jorge un fuerte apretón de manos, y con un “Adiós” general y un “Muchas gracias” se despidió del resto en la tienda...aquello para Amanda, era siempre como un sueño. Y una pregunta habitual sonaba siempre en su cabeza:

- ¿Cuándo dejarás de ser gallina, y te atreverás a hacerte notar mujer, cuándo?

Aquel día se hizo corto para Amanda...siempre sucedía así cuando tocaba quincena...Incluso su mente la transportaba el resto del día a la playa, su lugar favorito, y ahí se veía, descalza, con los brazos arriba, llena de felicidad, llena de alegría...libre de la soledad en la vida real que la tenía cautiva...ese era su pago para pasar otro mes más, sobreviviendo y aguantando en “la cárcel”. En verdad, ese era su pago...Esos eran sus veinticinco minutos para sobrevivir...

2 comentarios:

Anabel Cornago dijo...

Hola,
una historia muy romántica que veo que vas a seguir continuando. Ahora voy a leerme la segunda parte...
Besotes, corazón.

Emy dijo...

Hola Anabel, que bueno verte paseando por mi Blog...un besote!!!